Dueño de mil defectos letales, el ser humano tiene algunas virtudes que, a veces, lo hacen brillar.
Entre ellas están su obcecación y su curiosidad, que siempre lo han llevado a conocer y tratar de habitar universos lejanos e ignotos.
En ellos construye las estructuras que necesita para habitar, trabajar o divertirse. Y cuando se va (o las circunstancias lo obligan a irse), quedan como testimonios de una de sus mayores grandezas.